La taza de latón está ya bien caliente. Es un fuego pequeño, pero al menos permite cocinar algo. La madera que antes ardía tan bien, últimamente no es capaz ni de darme calor. Resignado, me arropo tanto como puedo entre viejas y nuevas mantas. Encogido, entumecido, tiritando. Pasan los días indiferentes mientras las noches enormes nos arrasan sin esfuerzo. El cielo describe síntomas de enfermedad terminal. Casi puedes oír las carcajadas del Sol, irritante como un niño que ignora el dolor ajeno, juega a esconderse de todo tras los nubarrones de tormenta. Muñecos de trapo humano recorren las calles y los caminos de estas tierras calcinadas y estériles. Los observo desde mi polvoriento escondrijo.
Estoy solo en mi refugio y en mi misión. Hay compañeros en ciertos enclaves a lo largo y ancho del terreno, aunque según parece no compartimos objetivo final. Hoy, taza en mano, descanso, planifico y espero hasta mi próxima incursión. Me distraigo con el trágico caminar de los perdidos.
Desdibujadas, figuras olvidadas vagan por la planicie reseca. Lastimeras, nauseabundas, ejemplaridad de algo traumático. Parecen la obra de un alfarero que, encendido por una cólera repentina, mutila y destroza su obra justo antes de hornearla. Hordas de grotescos nudos de carne aúllan... maltratados... confundidos... enrabietados... Pagan su torpeza y falta de fe con tremendas cicatrices y mutilaciones. Estaban ideados para ser el mucho de un algo muy bueno, pero no para soportar las palizas, los ahogos, la abrasión de la miseria... Ahora, atontados y en ristre ante los avatares del entorno, son el todo de un para nada. Quizás nunca tuvieron una verdadera oportunidad. El castigo del camino los marca y los derrota de una forma tan inconfesable que la ponzoña se torna cáustica en su interior. Huéspedes de una naturaleza demacrada, en vergüenza, miedo y dolor, irreconocibles para si mismos, arrastran el cadáver vivo del alguien que una vez pudieron, quisieron, o debieron ser, dejando a su paso un hedor de inmundicia y rencor. Exigen cobijo en penitente divagancia, mientras mancillan y escupen sobre la tierra que recorren.
Lo cuentan mis ojos exhaustos, mis ojeras delatoras, mis párpados decaídos, mi mirada decepcionada... Tan dolido y tan insensibilizado a la vez, que ya ni siquiera busco responsables. Antaño, al reparar en los dibujos de desidia que poblaban las vías y conductos de la ciudad, algo se despertaba en mí: una respuesta, un deseo de venganza, de justicia. Hermanos caídos que eran víctimas tornadas en verdugos; pues pese a que ellos rechazaron siempre mi presencia y mi ser, pese a que aquellas dolencias por siempre sangrantes en mí, fuesen causadas por ellos, perfectamente sabía que aquella rabia que les hacía maltratarme y en el mejor de los casos abandonarme en el desierto o la nieve, no era sino una extensión de la misma nocividad que a ellos les había fustigado en el pasado. Por algún motivo reservado ese efecto espejo paso de largo cuando me tocaba a mi. Desconozco el por que, pero el universo me dejo ir en paz en algún momento... ¿o quizás fue justo lo contrario? El tiempo me lo dirá, ya me cansé de pensarlo. La hambruna sostenida sustituyo a la incertidumbre realmente. Los conocimientos y el entendimiento que en días pasados adquirí, buscando un pequeño hueco por el que tocarles, alcanzarles, darles a entender y ayudarles, ahora me sirven para predecir sus movimientos y aptitudes. Los esquivo cuando lo necesito, aprovecho su presencia sin perjuicio, aquello que sea necesario. Ahora solo busco leña, comida y abrigo para sobrevivir los inviernos salvajes. Mi búsqueda debe ser y es mi prioridad. Al cabo del tiempo, el frío me hizo "una oferta que no podía rechazar", y el puedo ahora vive al servicio del debo y el quiero. Para ellos: espero que el peso de la dificultad actúe al fin como nivelador de justicia y guía. No puedo permitirme apartar la mirada de la carretera.
Buenas noches.
Buena suerte.
Acompañamiento musical:
Bob Dylan - Tomorrow is a long time
--Raúl--